Jaime Trevijano
El equipo madrileño que sobreviva a la semifinales
fratricidas de este miércoles ya sabe que se las verá en Cardiff con la
Juventus de Turín. Los campeones del Scudetto han confirmado en este curso el
regreso definitivo de la Vecchia Signora a la élite de la aristocracia
futbolística continental. Y es que los bianconeros supieron gestionar con una
maestría aplastante la ventaja cosechada en el Louis II para refrendar las
características que retrotraen al espectador al estilo que llevó al éxito a los
transalpinos en los 90. El Mónaco lo intentó pero su exhuberancia goleadora y
de ritmo no fue suficiente ante un bloque competitivo hasta el absurdo.
Se lesionaría a última hora Dirar, uno de los punzones
capitales de la joven hornada de talento monegasca. Jardim, el estratega que ha
disparado el rendimiento de los del Principado decidió sorprender a Allegri de
salida, y lo hizo. Sentó el desborde de Lemar y viró su dibujo hacia un 3-5-2
que le valió para aturdir al gigante en los primeros 15 minutos. En el minuto
seis cuatro fueron las llegadas al área de los visitantes, con Falcao, Mendy,
Mbappé y Moutinho como protagonistas. Los largos carrileros del equipo en desventaja
y la colocación ofensiva de Bernardo Silva en la mediapunta y en asociación con
el creativo Moutinho entregaron el patrón de salida a los rojiblancos.
Buffon y el tridente defensivo se las vieron para achicar
agua en una salida estruendosa y plena de personalidad de los aspirantes, que
no favoritos. Sin embargo, su arreón "sólo" se cobraría la víctima de
un Khedira que es seria duda para la final -lesión muscular mediante que dio
entrada a Marchisio-. El infortunio del teutón -minuto 10- no frenó el ritmo
disparado de un partido con aspecto de ida y vuelta fulgurante. Dybala, Pjanic
y compañía sufrían para lanzar contras o, simplemente, participar. La presión
del líder de la Ligue 1 ahogaba la salida de pelota de una Juve que encontraba
soluciones siempre que colgaban un pelotazo para que Manduzukic bajara la
pelota en campo rival. La argucia del croata, ruda, fue efectiva hasta que
Subasic empezó a compartir la inquietud padecida por Buffon.
Dybala inauguró el bagaje productivo de la Juventus más
vertical imaginable -minuto 15-. La versión estilística que llevó a la leyenda
a Marcelo Lippi enfangaría el corazón impreciso derrochado por los visitantes.
Cada pérdida o despeje a centro lateral rival se traducía en una contra
venenosa local. Aún así, el Monaco asumió el riesgo. Mendy, carrilero zurdo que
se sintonizaba con el neutralizado Mbappé, centró para que Chiellini robara el
gol a Falcao y, acto y seguido, sería Jemerson el cortafuegos que negó a
Higuaín un mano a mano al contragolpe. Ese intervalo de espacios y anarquía
remitiría en el ecuador del primer acto para ceder el testigo al magnetismo de
la amenaza juventina.
Los líderes de la Serie A se sentían en pleno control del
tempo, a pesar de haberse atrincherado en su cancha, y toda vez que se hubieron
sacudido la presión, el fluir en transición de Dybala y las salidas de Dani
Alves y Alex Sandro como puñales exteriores terminó por devolver las riendas de
la iniciativa a los de Allegri. Y, ya en el control de la dinámica, la eficacia
del coloso volvería a evidenciar que esta Juventus no está para matices. Con un
compás disparatado Higuaín perdonaría un cara a cara concluido con una vaselina
que supo leer el meta rival -minuto 25-, Mandzukic remataría fuera un centro de
Alves -minuto 26- y Pjanic chutaría desviado -minuto 28-. Estaba sufriendo su
endeblez táctica un sistema monegasco desbordado a la media hora: un saque de
Buffon hacia su lateral zurdo nutrió la lucidez de Dybala, que permitió al ex
carrilero culé sumar su quinta asistencia de la competición para el cabezazo a
gol de Mandzukic -minuto 32-. La anestesia local había funcionado.
Acusaría el golpe el equipo entrenado por Jardim, que estaba
empequeñecido ante la trascendencia del líquido dominio de la escena de Dybala.
El argentino mandaba al galope o en estático, como su equipo. E Higuaín y el ex
del Palermo perdonarían otro puñado de opciones antes del descanso y antes de
que Alves redondeara su actuación y la de los suyos con una volea imperial a la
red tras un despeje de Subasic al saque de esquina -minuto 43-. Chiellini sacó
bajo palos un remate de Mendy para subrayar las dos facetas en las que el club
transalpino es puntero: la pegada y el cierre. La vuelta de tuerca, capaz de
dominar con la posesión como un arma, efectuada por Allegri con respecto a sus
antecesores históricos comulga con una intensidad táctica sólo desestabilizada
en los primeros 10 minutos de insolencia monegasca.
Los de Jardin no querían salir del partido y el entrenador
efectuaría dos cambios antes del minuto 68. Fabinho sentó a Mendy, en una
recomposición del dibujo que se aliaría con la bajada de competitividad
juventina para que Moutinho abriera fuego en la reanudación de mayor presencia
visitante. Lemar entraría por un vaciado Bernardo Silva para reforzar una amenaza
creciente que llegaría a puerto en las botas de Mbappé (asistencia estilosa de
Moutinho). La perla gala ya forzó una estirada llena de clase de Buffon para
sellar el 2-1 de inmediato -minuto 69-. Allegri había dado descanso a Dybala
(entró un Cuadrado que dispuso de la única opción clara local en el segundo
acto) y la resaca del gol pudo resultar trascendental: Lemar lo intentó, con el
Monaco acogotando a los italianos, Glik pisó la rodilla a un Higuaín lloroso y
Fabinho fue objeto de penalti.
Esa relación estrambótica de acontecimientos significaba el
tercer gol encajado de la Juventus en esta Champions -cifra insultante- y
podría haber dejado al Pipita fuera de la final (con Khedira presumiblmente
apeado de la cita). Corría el minuto 75 y los visitantes estrujaban su
convicción con el monopolio de la pelota ante la desconexión de una Juve a
placer en la eliminatoria. Germain entró por un Bakayoko más acertado que en la
ida, en la maniobra final de Jardim por quemar las naves. El ambiente en el
verde ardía, con escaramuzas casi continuas. Y, casi sin fútbol, ante la
densidad del mandato visitante, sólo un chut lejano y desatinado de Moutinho
significó un salto de página.
Entonces, a cinco minutos del final, los locales impondrían
una buena ración de hielo. Benatia sentó a Bazagli, decidió Allegri que las
porterías serían anécdotas y el tempo del enfrentamiento volvió a ratios
pausados que interesaban a una Juventus sólo centrada ya en que el ardor de la
batalla no eliminara de la final a más efectivos. Cerró con categoría el
resultado un equipo colosal, que se maneja con liderazgo en cualquier tesitura
y capacitado para exigir hasta el extremo con y sin pelota. En cancha propia o
presionando. Corriendo y caminando. Real Madrid o Atlético lo tendrán muy
complicado para mandar por encima del guión físico-táctico y salpicado de
talento de un faraón renacido que, por si fuera poco, está hambriento. Quince a
once disparos (y seis a dos, a puerta) fue el registro final de llegadas, a
pesar del asedio racheado de un conjunto visitante conducido a la impotencia
(personificada en la nulidad de Falcao y lo intermitente del brillo de Mbappé).