miércoles, 10 de mayo de 2017

LA VIEJA SEÑORA EN OTRA FINAL

Jaime Trevijano

El equipo madrileño que sobreviva a la semifinales fratricidas de este miércoles ya sabe que se las verá en Cardiff con la Juventus de Turín. Los campeones del Scudetto han confirmado en este curso el regreso definitivo de la Vecchia Signora a la élite de la aristocracia futbolística continental. Y es que los bianconeros supieron gestionar con una maestría aplastante la ventaja cosechada en el Louis II para refrendar las características que retrotraen al espectador al estilo que llevó al éxito a los transalpinos en los 90. El Mónaco lo intentó pero su exhuberancia goleadora y de ritmo no fue suficiente ante un bloque competitivo hasta el absurdo.

Se lesionaría a última hora Dirar, uno de los punzones capitales de la joven hornada de talento monegasca. Jardim, el estratega que ha disparado el rendimiento de los del Principado decidió sorprender a Allegri de salida, y lo hizo. Sentó el desborde de Lemar y viró su dibujo hacia un 3-5-2 que le valió para aturdir al gigante en los primeros 15 minutos. En el minuto seis cuatro fueron las llegadas al área de los visitantes, con Falcao, Mendy, Mbappé y Moutinho como protagonistas. Los largos carrileros del equipo en desventaja y la colocación ofensiva de Bernardo Silva en la mediapunta y en asociación con el creativo Moutinho entregaron el patrón de salida a los rojiblancos.

Buffon y el tridente defensivo se las vieron para achicar agua en una salida estruendosa y plena de personalidad de los aspirantes, que no favoritos. Sin embargo, su arreón "sólo" se cobraría la víctima de un Khedira que es seria duda para la final -lesión muscular mediante que dio entrada a Marchisio-. El infortunio del teutón -minuto 10- no frenó el ritmo disparado de un partido con aspecto de ida y vuelta fulgurante. Dybala, Pjanic y compañía sufrían para lanzar contras o, simplemente, participar. La presión del líder de la Ligue 1 ahogaba la salida de pelota de una Juve que encontraba soluciones siempre que colgaban un pelotazo para que Manduzukic bajara la pelota en campo rival. La argucia del croata, ruda, fue efectiva hasta que Subasic empezó a compartir la inquietud padecida por Buffon.

Dybala inauguró el bagaje productivo de la Juventus más vertical imaginable -minuto 15-. La versión estilística que llevó a la leyenda a Marcelo Lippi enfangaría el corazón impreciso derrochado por los visitantes. Cada pérdida o despeje a centro lateral rival se traducía en una contra venenosa local. Aún así, el Monaco asumió el riesgo. Mendy, carrilero zurdo que se sintonizaba con el neutralizado Mbappé, centró para que Chiellini robara el gol a Falcao y, acto y seguido, sería Jemerson el cortafuegos que negó a Higuaín un mano a mano al contragolpe. Ese intervalo de espacios y anarquía remitiría en el ecuador del primer acto para ceder el testigo al magnetismo de la amenaza juventina.

Los líderes de la Serie A se sentían en pleno control del tempo, a pesar de haberse atrincherado en su cancha, y toda vez que se hubieron sacudido la presión, el fluir en transición de Dybala y las salidas de Dani Alves y Alex Sandro como puñales exteriores terminó por devolver las riendas de la iniciativa a los de Allegri. Y, ya en el control de la dinámica, la eficacia del coloso volvería a evidenciar que esta Juventus no está para matices. Con un compás disparatado Higuaín perdonaría un cara a cara concluido con una vaselina que supo leer el meta rival -minuto 25-, Mandzukic remataría fuera un centro de Alves -minuto 26- y Pjanic chutaría desviado -minuto 28-. Estaba sufriendo su endeblez táctica un sistema monegasco desbordado a la media hora: un saque de Buffon hacia su lateral zurdo nutrió la lucidez de Dybala, que permitió al ex carrilero culé sumar su quinta asistencia de la competición para el cabezazo a gol de Mandzukic -minuto 32-. La anestesia local había funcionado.

Acusaría el golpe el equipo entrenado por Jardim, que estaba empequeñecido ante la trascendencia del líquido dominio de la escena de Dybala. El argentino mandaba al galope o en estático, como su equipo. E Higuaín y el ex del Palermo perdonarían otro puñado de opciones antes del descanso y antes de que Alves redondeara su actuación y la de los suyos con una volea imperial a la red tras un despeje de Subasic al saque de esquina -minuto 43-. Chiellini sacó bajo palos un remate de Mendy para subrayar las dos facetas en las que el club transalpino es puntero: la pegada y el cierre. La vuelta de tuerca, capaz de dominar con la posesión como un arma, efectuada por Allegri con respecto a sus antecesores históricos comulga con una intensidad táctica sólo desestabilizada en los primeros 10 minutos de insolencia monegasca.

Los de Jardin no querían salir del partido y el entrenador efectuaría dos cambios antes del minuto 68. Fabinho sentó a Mendy, en una recomposición del dibujo que se aliaría con la bajada de competitividad juventina para que Moutinho abriera fuego en la reanudación de mayor presencia visitante. Lemar entraría por un vaciado Bernardo Silva para reforzar una amenaza creciente que llegaría a puerto en las botas de Mbappé (asistencia estilosa de Moutinho). La perla gala ya forzó una estirada llena de clase de Buffon para sellar el 2-1 de inmediato -minuto 69-. Allegri había dado descanso a Dybala (entró un Cuadrado que dispuso de la única opción clara local en el segundo acto) y la resaca del gol pudo resultar trascendental: Lemar lo intentó, con el Monaco acogotando a los italianos, Glik pisó la rodilla a un Higuaín lloroso y Fabinho fue objeto de penalti.

Esa relación estrambótica de acontecimientos significaba el tercer gol encajado de la Juventus en esta Champions -cifra insultante- y podría haber dejado al Pipita fuera de la final (con Khedira presumiblmente apeado de la cita). Corría el minuto 75 y los visitantes estrujaban su convicción con el monopolio de la pelota ante la desconexión de una Juve a placer en la eliminatoria. Germain entró por un Bakayoko más acertado que en la ida, en la maniobra final de Jardim por quemar las naves. El ambiente en el verde ardía, con escaramuzas casi continuas. Y, casi sin fútbol, ante la densidad del mandato visitante, sólo un chut lejano y desatinado de Moutinho significó un salto de página.


Entonces, a cinco minutos del final, los locales impondrían una buena ración de hielo. Benatia sentó a Bazagli, decidió Allegri que las porterías serían anécdotas y el tempo del enfrentamiento volvió a ratios pausados que interesaban a una Juventus sólo centrada ya en que el ardor de la batalla no eliminara de la final a más efectivos. Cerró con categoría el resultado un equipo colosal, que se maneja con liderazgo en cualquier tesitura y capacitado para exigir hasta el extremo con y sin pelota. En cancha propia o presionando. Corriendo y caminando. Real Madrid o Atlético lo tendrán muy complicado para mandar por encima del guión físico-táctico y salpicado de talento de un faraón renacido que, por si fuera poco, está hambriento. Quince a once disparos (y seis a dos, a puerta) fue el registro final de llegadas, a pesar del asedio racheado de un conjunto visitante conducido a la impotencia (personificada en la nulidad de Falcao y lo intermitente del brillo de Mbappé).