Jordi Grimau
Felipe VI entregó la Copa del Rey al Fútbol Club Barcelona
en el último partido oficial que acogerá el Vicente Calderón. Los favoritos
hicieron honor a ese estatus gracias a la calidad de Neymar y Messi y regalaron
a su entrenador un entorchado más. Preponderó, por tanto, la intención de
maquillar una temporada discreta sobre la ilusión de hacer historia. El Alavés,
digno, batalló hasta que las diferencias entre ambas plantillas dictaron el
desenlace.
Luis Enrique optó en su adiós a Can Barça por desdeñar el
esquema que le permitió reflotar su último curso. Salió con un 4-3-3 que
contenía a Umtiti y Piqué como pareja de centrales, a Iniesta como faro y a
Alcácer como complemento de la dupla Neymar-Messi (ante la sanción a Luis
Suárez). La idea, verbalizada en la previa, era dominar el esférico de forma
ortodoxa. Pellegrino aceptaría el reto y elegiría a su planteamiento más defensivo:
desplegó una defensa de cinco, con Theo y Femenía como carrileros, en un
esquema tendente a la trinchera y la salida vertigionsa. El duelo de estilos se
antojaba absoluto.
Exactamente dos minutos tardó el partido en desnudar su
esencia. El Barcelona ejecutaría un monólogo con la posesión de la pelota, en
cancha rival, y el Alavés cedería metros, agazapado, esperando un error rival
para lanzarse a la contra. Cuando sólo se esbozaba ese compás, una pérdida
compartida entre Alba y Neymar propulsó la salida clara de Femenía, con centro
al que no llegó a rematar Ibai por poco. Theo efectuaría el primer chut, desde
larga distancia, de inmediato. La intensidad anatómica de los vitorianos
contenía a la circulación culé y ya había mandado un aviso rotundo: el subcampeón
de Liga tenía prohibido ser indolente tras pérdida.
Se quemaría el minuto 10 tras un parón que ayudó a trompicar
el lento discurrir de la combinación del Barça. Un golpe, en una pugna aérea,
entre Marcos Llorente y Mascherano sacó del partido al improvisado lateral
diestro escogido por Lucho para suplir la baja de Sergi Roberto. Andre Gomes
sustituyó al Jefecito -en su posible último duelo con los colores azulgrana- en
el carril derecho y le tocaba al Barcelona refrescar el guión a pesar del mencionado
imprevisto desfavorable.
La superpoblación del centro, y la agresividad ejecutada por
el aspirante, favoreció el colapso del juego entre líneas del gigante. Así, el
duelo transitó de manera continuada con posesiones horizontales inocuas de un
Barcelona que sólo conseguía avanzar e inquietar cuando Neymar dibujaba slaloms
de espacios reducidos. Los vitorianos, por su parte, alcanzaban a escapar con
cierta asiduidad, penetrando a través del centro lateral en los aledaños de
Cillessen en una oda a la verticalidad en cada robo. Messi, en el minuto 21, se
desperezó para rematar la primera contra límpia, al galope de Neymar. Pero la
acción del argentino fue taponada por la ardorosa zaga.
En el 23, la Pulga frotó su pefume para sentar a tres
rivales, desanudar una emboscada en al medular y ceder a Ney para un
lanzamiento que concluyó el córner. El 10 recordó al respetable que sobre su
genialidad iba a gravitar, como cualquier otro encuentro, la resolución del
título copero. Y la orquesta blaugrana refutaba tal percepción, pues este no iba
a ser el anochecer en el que el tiqui-taca, después de tantos años, renaciera.
Tres minutos más tarde, el Alavés recordó al coloso el
axioma: no caer en la relajación. Piqué marró una salida clara de balón e Ibai
asustó al banquillo catalán, pues, en dos para dos, chutó un latigazo rasante
que se estrelló en la cepa del poste y paseó por la línea de gol sin ser
despejado ni rematado. La primera media hora había obedecido al libreto de
Pellegrino. Y es que Pacheco estrenó sus guantes en el 27, a tiro desviado de
Iniesta. Le faltaba velocidad a la asociación barcelonesa y los blanquiazules
no habían sufrido. Pero, en ese suave transcurrir, Messi ajustó un zurdazo de
seda para abrir el marcador -minuto 30-. Inventó una pared vertical, entre un
bosque de piernas, y subrayó la trascendencia de la técnica.
Y la Copa, en ese trecho del minutaje, refrendaría la
espectacularidad de su naturaleza. El golazo del argentino puso el listón
arriba y el cañonazo de Theo, en la jugada siguiente, empató el electrónico y
la exigencia de exquisitez. Lo desenfrenado de este torneo quedó constatado a
fuego: Ibai provocó una falta de Iniesta en el pico del área culé y el lateral
zurdo enchufó un misil imperial, con destino al segundo poste. Cillessen nada
podría hacer. El Glorioso se reafirmó como contendiente digno -minuto 32-.
Pero hasta el descanso se desharía el gobierno de Marcos
Llorente, excelso en la recuperación. Los alaveses salpicaron su recta final de
primer acto con subidas de líneas que fueron aprovechadas por el Barça para
amenazar, rematar y sentenciar. El respingo que descuadró el equilibrio de las
otrora cohesionadas líneas vascas significó un lanzamiento de falta que conectó
a Messi con Pacheco, un derechazo cruzado de Rakitic que lamió el palo y el
2-1, obra de Neymar, en el minuto 45. Dejó espacios la estructura de Pellegrino
y el carioca y el argentino lo amortizarían. El primero acunó una contra que
culminó con asistencia de Gomes y remate a placer prropio, y el segundo
aglutinó la atención de los tres centrales oponentes para filtrar un pase
delicado que Alcacer tradujo en la cosecha del trofeo.
Arriesgó, con valentía, el noveno clasificado de LaLiga. Se
sentía confiado para abordar un combate de tú a tú, visto lo visto, y presionó
arriba, pero la ambición le traicionó y cuando deshizo su integrismo defensivo
en busca de mayor botín feneció. Resulta complicado censurar el coraje, y más a
un club que poco tenía que perder en su intento de asaltar el cielo. Sin
embargo, por ese cauce se desinfló toda su candidatura. Tras competir con
solvencia.
Rozó la cruceta la apertura de las hostilidades efectuada
por Ibai, de espléndido lanzamiento de falta angulado -minuto 47-. Salió de la
cueva el bloque blanquiazul e implementaría una presión a campo completo hasta
que Messi (un gol y una asistencia hasta entonces) cambió de ritmo y centró
para que Alcácer rozara el cuarto (perdonó el delantero levantino, con todo a
favor). Anhelaba entrar en el partido de nuevo el Alavés y darían por válido el
riesgo, con su defensa a la altura del centro del campo. Ya no había nada que
guardar o defender, así que se abría paso una confrontación más abierta y
cercana al ida y vuelta. Camarasa -virtuoso de la distribución- y Sobrino
sentaron a Edgar e Ibai al tiempo que el ex delantero del Valencia y Rakitic
remataban fuera de tino.
Hasta el 90 el paisaje se tornaría en un brochazo grueso de
fútbol lento, aliñado con chispazos acelerados, casi siempre en la frontal de
Pacheco. Anestesiaron los de Luis Enrique la voluntad vitoriana de subir las
revoluciones y quedaron a merced de la circulación controladora azulgrana. Le
costaría al Alavés recuperar balones y, mucho más, trazar avances peligrosos.
El ejercicio de seriedad culé clausuró la incertidumbre aunque el compromiso
guerrero de los de Pellegrino nunca se apagaría y Cillessen conjugó un barullo
rematado por Ely antes de que Deyverson anotara en fuera de juego -minuto 71-.
El orgullo del club que este sábado jugaba la segunda final
de su historia alimentó la aproximación hacia el banderazo de meta. Un exceso
de este parámetro llevó a Sobrino a empujar, sin balón y en el área a Neymar,
hecho que no conllevó la pena máxima y sí una escaramuza que despertó a Messi
como púgil en un cuadrilátero. El fango coyuntural de la mencionada tangana
frenó la pujanza anímica alavesa mientras que el regateador Óscar Romero dio el
relevo a un Theo que se despedía, también, de la elástica vasca. Sólo el
cansancio se interpuso en la fortaleza mental del conjunto en desventaja.
Alexis Vidal recuperaría sensaciones tras su larga lesión al
participar de la dinámica. El lateral entró por Rakitic (industrial, como
Iniesta) en paralelo al descalabro físico de los jugadores vascos que
abandonarían el verde vacíos. El Rey de Copas ampliaría su palmarés con todo merecimiento.
Su campeonato resultó impecable (eliminando al Atlético en semifinales). Tanto
como un Alavés que, meses después de regresar a Primera, prendió la ilusión en
su infatigable hinchada. La temporada 2016-17 del fútbol español concluyó, en
definitiva, con festejo blaugrana.