Jaime Trevijano
a vuelta de las semifinales de la Europa League, con un
marcador previo tan escueto, no parecía ser el escenario propicio para efectuar
probaturas. La perspectiva histórica de acceder a su primera final continental
alimentaba al Celta y el clavo ardiendo que supondría ganar el torneo para acceder
a la próxima Champions iluminaba al Manchester United. Por eso, ambos equipos
desplegaron sus onces de gala y sus libretos tradicionales (y plagiados, con
4-3-3 por bando). Así, el sistema de Berizzo trató de reproducir su receta de
toque y los de Mourinho buscaron agazaparse para picar a la contra. En ese
duelo de estilos explícito arrancó el evento más importante de la entidad
gallega.
Y lo hizo sobre los preceptos deseados. Wass, el Tucu
Hernández y Radoja dominaban el centro del campo y la pelota, celeste, volaba
con la fluidez que no alcanzó en Balaídos. Los movimientos de monopolio en la
posesión trazaban profundidad al encontrar a Iago Aspas entre líneas. El icono
celtiña resultaría la pieza desequilibrante en un arranque pleno de valentía y
personalidad. No obstante, los visitantes arrinconaban a los locales y el punta
zurdo, colocado en el perfil diestro, inauguró las hostilidades con un cañonazo
cruzado que Romero envió a córner de acertado vuelo -minuto 4-. La superioridad
en las sensaciones de los pupilos de Toto permaneció casi hasta que se
atravesara el minuto 15. Entonces, el United comenzó a exigir al equilibrio de
una defensa española muy adelantada.
Mkhitarian amanecería como el elemento trascendental en las
transiciones venenosas locales que abriría Pogba con un envío preciso para que
Rashford metiera el susto a la delegación gallega. La perla inglesa remató
fuera de tino en la primera acción clara de unos red devils que acomplejaron a
sus oponentes. Cada imprecisión de Wass y compañía, con Pione Sisto insistente
pero bien cubierto, servía de rampa de lanzamiento para Pogba y Ander Herrera.
Ambos propulsaban contragolpes que rompían el ritmo de un conjunto celeste que
volvía a ser presa de su desatino combinativo. Y empezó a morir el sistema de
Berizzo en una de sus señas: el marcaje al hombre. Un desborde y centro de
Rashford (referencial) fue conectado a la red por Fellaini, que ganó la espalda
al Tucu para golear en solitario -minuto 17-.
El zarpazo de la estructura de Mourinho culminaba una
reacción que había atrincherado la calidad en favor del ida y vuelta, del
estandar anatómico. La movilidad de la línea ofensiva británica y el ascenso
del compás entregó la iniciativa a un United que asumiría el patrón de juego,
disparado e impreciso, en detrimento de un Celta que acusaría el golpe. No
recompuso la figura el bloque español hasta el último tercio del primer acto.
En ese intervalo cedería varias opciones de remate a las ráfagas locales. Los
espacios proporcionados por la valentía posicional viguesa alimentaron los
intentos de Mkhitarian, Lingard y Pogba. Sólo un chispazo del Tucu, que sacó el
acertado Romero -minuto 27-, sirvió de respiro al incómodo equipo gallego.
Le costaría al Celta responder y recobrar la iniciativa, con
posesiones en campo oponente. Fellaini, Herrera y Pogba, que rozaría el segundo
al mandar por encima del larguero un balón suelto en la frontal, se bastaban
para sostener los avances horizontales visitantes. En estático le costaba hacer
daño al representante de LaLiga, pero los costados se erigirían como la
solución al colapso central. A falta de la mediapunta, Sisto apareció para
provocar centros peliagudos y volver a exigir a un Romero bien colocado -minuto
42-. Wass también lo probó, a balón parado y culminando un pase de Sisto con un
testarazo que se fue desviado por poco. Se encaminaron ambos contendientes a
los vestuarios con la relación de fuerzas recompuesta. Ahora le tocaba a los
españoles efectuar el salto de ambición y calidad que reivindicara la importancia
de los goles a domicilio.
Para hacerse con ese objetivo Berizzo interpretó que la
entrada de Jozabed, más atacante, por Wass, más factor de equilibrio, daría a
los suyos el margen de maniobra ofensivo que les había costado implementar. Y
su movimiento sutiría efecto, pues el ex jugador del Rayo engrasó una
circulación viguesa que, casi siempre, concluía en las botas de Sisto. El
United se replegó, dispuesto a especular para sentenciar a la contra (su guión
nuclear) y Romero legitimó esa apuesta con una mano salvadora al envío angulado
de Hugo Mallo -minuto 46-. Se reviró el combinado inglés refrescando su amenaza
al vuelo y Mkhitarian conduciría al lucimiento de Sergio, providencial al
repeler un latigazo del armenio desde la frontal -minuto 48-. E Iago Aspas y
Guidetti remataron construcciones claras que minaban la estabilidad británica.
El Celta estaba de vuelta, trasladando a la tribuna de Old Trafford la
sensación de caminar al borde de un alambre (tan familiar esta temporada).
La superioridad numérica y versatilidad de la medular
visitante, que asociaba en el interior a Aspas, Sisto, Jozabed y Guidetti para
sorprender con los carrileros por los extremos, estaban complicando al achique
intensivo del United. Por eso, a falta de media hora ordenó Mourinho un ascenso
de líneas y presión que trompoicara el soliloquio en campo ajeno del Celta. El
riesgo de ceder un tanto a domicilio cobraba aspecto real. Aún así, la contra
vertiginosa de los de Manchester yacía latente, y Sergio ganó un mano a mano
nítido a Rashford en el 64 (después de un slalom resplandeciente del precoz
internacional con Inglaterra). Este era el tramo de la eliminatoria, con los
gallegos acumulando hasta seis piezas en la frontal rival. Sin embargo, el muro
local se ajustó y le costaba volver a generar llegadas. Así, el desborde de
Bongonda sentó a Radoja en una sustitución ultra ofensiva.
Quedaban 20 minutos y el entrenador argentino redoblaba su
apuesta atacante, sacrificando parte de su equilibrio. Fellaini lo aprovechó al
instante con un zurdazo a la cepa del poste que desvió Sergio (impecable). Pero
Jozabed rozó la madera, a continuación, entregando razón a la gallardía de su
estratega. Lo probó desde media distancia con un derechazo industrial -minuto
71-. Y el cierre de partido no escondió el catenaccio de los de Mourinho. Nueve
jugadores vestidos de rojo fluctuaban en su frontal cuando Guidetti perdonó un
cabezazo en franquía (a centro de Hugo Mallo, en el minuto 75). Entonces,
Carrick entró por Mkhitarian (el más lúcido del partido) y para reforzar la
barrera que relegaba al Celta a un asedio de centro lateral. Esta escena plana
evocó que el Toto sustituyera a Sisto por su último delantero: Beauvue. Más
rematadores en el centro del área.
La recta final autografió la renuncia al juego rasante de
Berizzo. Se trataba de concatenar parábolas hacia el punto de penalti y el
técnico argentino acertó: un centro de Bongonda, cerrado, fue conectado hacia
el segundo poste por la cabeza de Roncaglia -minuto 84-. Quedaban seis minutos
de agonía y el empate desencadenó un crepúsculo enfangado. Tras el 1-1 Guidetti
fue agredido y se desplegó un brete de escaramuzas que frenó la inercia
viguesa. El colegiado decidió cobrarse las expulsiones de Roncaglia y Bailly
como sentencia del lance que quemó tres minutos decisivos. Mou dio entrada a
Smalling por Rashford cuando el tempo desenfrenado español se congeló. Un gol
más celtiña acercaba la utopía y los visitantes debieron luchar contra la
embarrada inercia. La guerra de guerrillas (más o menos sucia, más o menos
inteligente) dictada por los ingleses contaminó al inexperto sistema gallego y
el hito no llegaría a la orilla, aunque Guidetti tuvo el paroxismo en sus botas
y en la última jugada. El danés no acertó y la agilidad y multiplicidad de vías
en la pérdida de tiempo local condenó a un Celta que murió de pie. Con el honor
salvaguardado tras estrujar a un aristócrata (tres veces campeón del Viejo
Continente). "El Celta fue mejor y deben estar orgullosos con lo
conseguido", confesó el entrenador portugués.