Victoria
solvente del Real Madrid en Málaga haciendo los deberes para volver a sumar un
título liguero que hace un total de treinta y tres
Antonio Blanca
La
fortuna dibujó un guiño retorcido para que la Liga 2016-2017 se definiera en el
último día, como ocurrió en dos de las últimas tres ediciones del campeonato
doméstico (2016, título del Barcelona y en 2014, con celebración del Atlético).
La inclemencia atmosférica, que obligó a posponer la visita merengue a Balaídos
hasta el pasado miércoles, y la exigencia que las fases elitistas de la Liga de
Campeones impusieron sobre las candidaturas de los dos líderes comprimiría el
cuerpeo hasta el punto de retrasar el alirón hasta el último hálito. El cliché
ancestral, "jornada de transistores", se acopló a esta era digital,
ya que el capítulo final de la interesante trama iniciada en agosto disponía un
desenlace simultáneo que sintonizaba, a la vez, lo que aconteciera en La
Rosaleda y el Camp Nou. Málaga y Éibar, dos equipos sin nada en juego (y sobre
los que recaía la sombra de los maletines y puesta en suspenso de la
profesionalidad, sobre todo en torno a los andaluces), serían uniformados de
jueces. Casi lo fueron. De la forma más rocambolesca imaginable.
Las
dos horas definitivas del calendario del balompié doméstico depararon el
triunfo del Real Madrid. El conjunto que alzaría su trigésimo tercera Liga
venció, 0-2, a un Málaga desinflado tras el tanto balsámico de Ronaldo en el primer
minuto. Los blanquiazules no alcanzarían a inquietar a Navas salvo en contados
chispazos de Sandro y Keko. El primer acto madrileño, lúcido con balón (Kameni
salvó a los suyos ante dos remates en el área pequeña), demostró la templanza y
jerarquía del vigente campeón de Europa. Además, al descanso, el Éibar estaba
asaltando el coliseo culé. Los de Mendilíbar salieron con mayor intensidad, por
contradictorio que parezca, y aturdieron al aristócrata con una diana precoz de
Inui. El 0-1 se mantendría hasta la entrada en vestuarios debido al desatino
del tridente (con gol bien anulado).
Se
duplicaba la carambola que le urgía al Barça. Y el brete se le ennegrecería aún
más, pues mientras que Messi y Suárez seguían patinando en sus intentos,
Benzema hacía el 0-2 tras un córner lanzado por Kroos y otra atajada hiperbólica
de Kameni. Únicamente un milagro cabía en la hoja de ruta de un equipo
desprovisto de convicción. Es más, cinco minutos después, Inui firmaba el
chocante 0-2. Y marcaría otro tanto el Éibar a continuación, aunque esta vez
sería en propia meta (obra de David Juncá). El ‘10’ culé marraría un penalti
para mayor sangrado de los azulgrana. Suárez y Messi acertarían, finalmente, y
remontarían (4-2), con un penalti que de falso genera risa. La anestesia con la
posesión madridista resultaría la receta adecuada para sellar tres puntos
(necesitaban uno) de regusto delicioso para los nuevos campeones del fútbol
español.
Supo
esquivar el cataclismo postrero que ya degustó la entidad de Chamartín con el
Tenerife de Valdano como verdugo. Los pupilos de Zidane salieron vivos de uno
de los partidos de los que más se ha hablado en todo el curso (después de las
palabras en las que Míchel aseguró ser más madridista que el mencionado
argentino al serle cuestionada una situación como la de esta jornada dominical).
Así, los merengues alcanzaron, al fin, a retornar el trofeo de la regularidad a
sus vitrinas. Cinco temporadas tardó la directiva de Concha Espina en
confeccionar una plantilla tan consistente como para alzar el título nacional
más importante. A fe que lo ha conseguido, pues al paroxismo de este 21 de mayo
le sigue la final de Cardiff ante la Juventus, con la posibilidad de conquistar
un doblete que no paladea el gigante de la capital desde 1958.
Esta
victoria final, que ejerce como guinda de un proyecto que tomó altura después
de la consecución improbable de la Undécima,
remarcó la rima entre todos los pisos del club: la presidencia, el cuerpo
técnico y el camarín. Con una gestión de los descansos y rotaciones casi
temerarias (pero muy sabias), Zizou cosechó el mejor final de ejercicio de
Cristiano Ronaldo (25 goles) que se recuerda y mantener involucrados en
dinámica a piezas que han resultado muy relevantes en la manutención de un
liderato asumido en 33 jornadas (fue puntero desde la fecha nueve, el 23 de
octubre, cuando se impuso 2-1 al Athletic). Marco Asensio, James Rodríguez,
Nacho, Lucas Vázquez y Álvaro Morata han destacado sobremanera en bretes
resbaladizos y entre compromisos de gran enjundia. Kovacic suplió con sobriedad
a Casemiro o Modric cuando éstos se lesionaron e Isco creció hasta ejercer de
maestro de ceremonias en los repetidos infortunios de Bale (con asistencia en
la final de este domingo). Así, el fondo de armario les proporcionó la
regularidad que llevó a los madridistas a acumular 64 duelos anotando de manera
consecutiva y 40 envites seguidos sin conocer la derrota.
La
cabeza de Sergio Ramos, indispensable para nutrir la racha mencionada con
dianas en los últimos minutos memorables (empate en el Camp Nou y victoria
casera ante el Depor, ambos en el minuto 89) sirvió como pegamento de los
agujeros que el equipo dejó al tomar y soltar el control de los enfrentamientos
en múltiples ocasiones. Por esa vía de vaivenes se colaría un Barcelona que
atravesó intervalos de apagón (la victoria in extremis ante el Leganés y en la
Ciudad Condal, tras caer 4-0 ante el PSG es paradigmática) y momentos
sublimados, como su victoria en el Bernabéu con gol del pichichi Messi (37
goles y cuarta Bota de Oro). Con un juego más a borbotones que coral, más
inclinado sobre el tridente que colectivo, Luis Enrique fue quemando etapas y
sobreviviendo a pinchazos propios no aprovechados por los madrileños para
recortar 10 puntos de desventaja (si se sumaba entonces el triunfo merengue en
Vigo) en el abrasivo abril. El 2-3 del Clásico y el 1-1 arrancado por el
Atlético en la casa blanca apretó la distancia, colocando a los blaugrana en el
liderato provisional, empatado a puntos con sus enemigos íntimos a lo largo del
presente mayo.
Otra
buena ejecución de Luis Suárez (29 goles y líder en asistencias, con 13 pases)
y la intermitencia de Neymar bastaban a un equipo menos engrasado que de
costumbre y no tan comprometido con la fase defensiva como en los dos primeros
años del “Lucho” para mantener el pulso. Sin un Iniesta presente de forma
prolongada, con cambio de esquema y mermado por la lesión de Rafinha (ni Andre
Gomes ni Alcácer respondieron), le costó mucho al combinado barcelonés fluir, y
se dejó más puntos que de costumbre (seis empates y cuatro derrotas, por los
seis empates y tres derrotas madridistas). Pero su balance goleador (116
dianas) es, sencillamente, irrebatible. Los dos colosos circularon sobre un
esquema ofensivo, con menor equilibrio (Carvajal y Marcelo rondaron los dos
dígitos en asistencias) y, aún así, nadie les aguantó el reto. Sólo el Sevilla
se coló en su duopolio durante una primera vuelta maravillosa.
Sampaoli
se erigió en el gran protagonista del tramo de 2016 y Simeone lo sería del de
2017. Los sevillistas acertaron al elegir al entrenador que hizo campeón a
Chile de su primera Copa América, y pelearon por incomodar a Madrid y Barça con
argumentos y un estilo colorido que trataba de tú a tú a cualquiera. Su libreto
atrevido y arriesgado desterró el tacticismo de Emery y sus extraordinarios
resultados le dieron la razón (segunda mejor puntuación liguera en la historia
del club). Con Sarabia y Vitolo en los extremos, Nasri y N´Zonzi en el centro y
sin un goleador letal (hasta la llegada invernal de Jovetic), los hispalenses
gritaron foco y atención con legitimidad hasta que les dio el fuelle. En ese
momento, coincidente con la eliminación ante el Leicester y los rumores de la
salida prematura del estratega milagroso, el Atlético olió sangre y aceleró
(dos derrotas en 22 partidos), combinando su enriquecimiento que le granjeaba
el mejor trato con la pelota y el refresco de la solidez defensiva. Oblak,
Zamora de nuevo (sólo 21 goles cedidos), Antoine Griezmann (16 goles, demasiado
aislado en la jurisdicción anotadora), Carrasco, Koke, Saúl y Filipe
solidificarían el respingo que les confirmaría como terceros, en detrimento del
finalmente deprimido Sevilla. Y un doblete de Fernando Torres despediría a un
Vicente Calderón de próxima extinción.
Por
detrás se desató una batalla por los puestos que dan la posibilidad de disputar
la próxima Europa League que involucraron a Villarreal, Real Sociedad, Athletic
(estos tres terminaron por sellar sus billetes, contando los vizcaínos con que
el Barça gana al Alavés en la final copera), Éibar, Espanyol, Celta de Vigo e,
incluso, Las Palmas. Los fichajes de Jesé y Halilovic se anunciaron en Las
Palmas como el salto decisivo para abordar la aproximación continental, pero el
equipo sufrió un desplome proporcional a la relajación de saberse fuera de
peligro y con un entrenador saliente (Setién) sin las riendas del vestuario. El
juego vistoso isleño quedó enterrado en la nada con el paso de las jornadas.
Los armeros, por su parte, firmaron una temporada excepcional, con Pedro León,
Enrich, Capa y compañía acumulando 54 puntos. Sólo la distancia entre la
amplitud de presupuestos y plantillas con sus rivales les sacaría de la pelea.
Eso mismo le afligiría al conjunto catalán reestructurado por Quique Flores. El
técnico exhibió una capacidad sobresaliente para exprimir los recursos y rozó
la gesta. Y los vigueses eligieron, en la despedida de Berizzo, lanzarse a por
una histórica aventura europea, sacrificando su despliegue liguero mientras que
Iago Aspas (18 goles) se ganaría la internacionalidad.
Así
pues, el Submarino (que cambió a Marcelino por Escribá en un giro abrupto y
selló el quinto puesto ante el Valencia y en Mestalla), los txuri urdin
(guiados tanto por Vela como por Rulli, con Oyarzabal, Illarra y con los
laterales resplandeciendo) y los leones (con Aduriz insultantemente
incombustible, Raúl García efectivo e industrial y un Williams ya asentado)
serán, en principio, los representantes españoles en la antigua UEFA.
El
Valencia ejerce como nexo entre batallas. Los de Mestalla, que intercambiaron
entrenadores con distinguida alegría, navegaron al borde del abismo social,
institucional y deportivo hasta que Voro tomó el timón y los jugadores
entendieron que era su obligación compactarse y salvar al club. La llegada de
Zaza y Orellana ayudó a alcanzar la calma y, a partir de ahí se desató una
suerte de casting por el que un buen puñado de jugadores trataron de
reivindicarse en busca de una renovación, un no despido o una buena oferta de
traslado. Y es que un rendimiento tan pobre como el que ofrecieron durante dos
tercios del curso se antojaba casi imposible de maquillar. Diego Alves ensanchó
su mochila de penaltis parados, Parejo añadió poca constancia a su creatividad
y Gayá no salió de un círculo de lesiones en una temporada que se anunciaba
como la del salto hacia metas mayores y terminó en fiasco.
La
huida del descenso se cobró este curso un buen racimo de entrenadores. Lo
cierto es que Betis, Leganés y Deportivo acometieron una larga travesía hasta
despegarse de las llamas en las que quedaron fundidos Granada, Osasuna y
Sporting. Los de Heliópolis contrataron a Víctor para desanudar su deriva. Con
Dani Ceballos, Piccini, Durmissi, Adán y Rubén Castro como únicas noticias
positivas, el técnico cumplió su trabajo, pero con el equipo salvado sobrevino
una racha infame de resultados que sacó del banquillo al artífice del
renacimiento, a dos jornadas del final. Para pepineros y coruñeses su recogida
de respiro conllevaría algo más de agonía. Los segundos contrataron a Pepe Mel
y el entrenador convulsionó a una plantilla talentosa (Emre Çolak sobresalió)
para llevarle a la orilla; los primeros, con Szymanowski como estrella,
cumplieron el sueño de mantenerse en la élite gracias a la mano de Garitano, un
preparador notable.
Por
último, los granadinos tocaron fondo tras manejar tres entrenadores, el último
Tony Adams (cero puntos sumados), en la quiebra de un proyecto tan ambicioso
como poco claro. Finalizarían como farillo rojo. En las últimas jornadas
arrebataron esa posición a un Osasuna descendido de forma irremisible con
precocidad. De él se extrae el talento del delantero Sergio León. Y los
asturianos nunca recuperaron la competitividad perdida con la salida de
Abelardo, el héroe que les subió a Primera. El Molinón despidió con una sonora
pitada al equipo con mayor calidad técnica de los relegados a la categoría
inferior (Burgui no es jugador de Segunda). Además, nombres como Marcos
Llorente, Roque Mesa (líderes en recuperaciones de balón), Sandro y Fornals
(abanderados de la reacción malacitana apadrinada por Míchel en una recta final
de campeonato imponente que pudo con Barça, Sevilla y Real Sociedad), Bakambu,
Iborra, Deyverson, Adrián González, Theo (tridente del sorprendente Alavés),
Piatti, Andone, Carlos Soler, Sergio Rico o Escudero restallaron en el año
futbolístico que se apaga.