lunes, 29 de mayo de 2017

ROMANCE DE ROMA

Francesco Totti colgó las botas tras toda una exitosa carrera en el club que fue a nivel deportivo el amor de su vida

Antonio Blanca

El 28 de mayo de 2017 quedará inscrito en los evangelios del fútbol italiano, europeo e internacional. Sobre todo en los de la Roma. Tras empezar su último día en la oficina del Olímpico de Roma en el banquillo, Francesco Totti incendió el nivel emotivo cuando salió a calentar. Se descorcharía, en el minuto 54 del partido que su equipo disputaba ante el Génova y en el que se jugaba su futuro en la Liga de Campeones, un acto masivo y catártico que comprendió en similar proporción nostalgia, lágrimas y sonrisas afectivas. Así como satisfacción por haber sido coetáneo del suplente ilustre y coyuntural. El respetuoso honor debido al emblema (en la máxima intensidad imaginable del concepto) que se retiraba de la trinchera coparía cada pulgada del coliseo romano. En consecuencia, el resultado final (3-2 agónico) pasaría a un segundo plano. El descarnado y grave adiós al ídolo absoluto, desde la entraña, se desplegó con todas sus consecuencias.

Totti ha sido y es la Roma. Más de tres cuartos de hora estaría caminando en torno a la pista olímpica el ‘10’ inolvidable e irrepetible cuando hubo finalizado el último de los 786 partidos en los que defendió la elástica giallorossa, durante los últimos 25 años. La ovación restalló atronadora y sedosa, como sus palabras en el discurso postrero. Como la actitud de los otros dos chicos de la ciudad que pugnan en el primer equipo y que no pudieron mirar a los ojos a la leyenda en su último baile. El alma desbordada de Danielle de Rossi y Alessandro Florenzi, dos internacionales de peso, no les permitió cruzar la mirada con el jefe de su manada cuando éste ingresó en el verde, en plena competición. Esa estampa permanecerá en la retina del tifosso de cualquier latitud transalpina como un reflejo de las ruinas de una época pasada. El imperial respeto y lealtad casi fraternal no son sencillos de observar en estos tiempos.

"Tengo miedo, esta vez soy yo quien necesita vuestro apoyo. El apoyo que siempre me habéis dado. Me quedaría otros 25 años. Ser el capitán de este equipo ha sido un honor, mi corazón estará siempre con vosotros", proclamó, micrófono en mano, antes de mandar al fondo sur (su íntimo y radical compinche con el que gastó más de una broma pesada a la Lazio) un balón en el que había escrito "Te echaré de menos". La ofrenda mutua, revestida de una energía que subía del césped a la tribuna y bajaba de nuevo, concluiría con il capitano (otra vez atendiendo al grado sumo de la acepción del término) desanudando el brazalete y entregándoselo a un juvenil. La cesión del timón había sido oficializada en su ámbito, el pasto. Y roto, con borbotones emocionales que se expresaban en el fluir perpetuo e incómodo del llanto, regaló los últimos saludos antes de entrar en la negritud del túnel de vestuarios. Ante un teatro que deglutía, con dolor, lo sangrante del inexorable paso del tiempo.

Pero il Pupone (niño), como es apodado, ya se había despedido el 31 de agosto de 2016. El The players tribune (la plataforma que pone papel y lápiz a los deportistas de élite para que compartan sus reflexiones) publicó aquel miércoles una carta en la que el último trecuartista exquisito esbozó su saludo oficioso a la institución y la hinchada que le acompañó a lo largo de un cuarto de siglo. En ese texto expuso cómo, cuando contaba con nueve años y su natural talento ya resplandecía, su madre negó a los directivos del AC Milan el fichaje del niño que se comprometería, desde entonces, con una camiseta. Sólo Paolo Maldini puede mirar a los ojos a Totti en el desarrollo del sentido de pertenencia, de patria chica irresoluble, a un equipo de fútbol en el cambio de siglo. "Mi abuelo Gianluca -proseguía- le transmitió el sentimiento romanista a mi padre y él, a su vez, hizo lo mismo con mi hermano y conmigo. La Roma ha sido siempre más que un club de fútbol, es parte de nuestra familia, de nuestra sangre y de nuestras almas".

El máximo goleador de la historia de la entidad capitalina (307 dianas) contaba en la misiva pública que como el fútbol no era retransmitido con asiduidad por la televisión en los 80, su padre decidió llevarle a la cancha cuando tenía 7 años. Para que viera aquello de lo que le hablaba con ritualismo religioso. "Todavía puedo cerrar los ojos y acordarme de lo que sentí. De los colores, las canciones y el humo de los petardos que explotaban. Sólo era un niño, pero rodeado de los aficionados de la Roma se me encendió algo que no sé cómo describirlo", narraba. Y de inmediato expuso la raíz de su conexión con cada hincha giallorosso, en tanto que terruño compartido, y con una amplia mayoría del Bel Paese, en tanto que espacios compartidos que devienen en cultura. "No creo que ningún vecino del barrio de San Giovanni me haya visto alguna vez sin un balón. Jugábamos en todas partes: sobre adoquines, al lado de una iglesia o en callejuelas", presume. En efecto, esa es una de las pocas ligazones que vertebran norte y sur en Italia. Y por eso Totti es tan respetado y celebrado. Por eso habrá emocionado a acólitos de otras tribus. "Totti ha unido a una ciudad y un país que se divide por cualquier cosa", aseguró De Rossi horas antes del epílogo.

Por eso se comparte y justifica la alegría socarrona cuando este portador de un gladiador arquetípico tatuado en el hombro derecho hace una mención al sexo oral en dialecto y en plena retransmisión de la celebración por la conquista del Mundial de 2006. Es esa empatía propia de la socialización primaria la que justifica la radicalización de la rivalidad en una nación que necesita poco para que prenda un incendio.

Francesco, que maneja una dialéctica y tono que denota sencillez y cercanía, no ha amainado nunca el folclore barrial en sus expresiones genuinas (aceptando, con humor, la burla coloquial hacia su inteligencia que terminó por tornarse en lugar común), más allá de los foros en los que se reconoce como referente de una población. De un país presa de sus pasiones, en el que el balompié se sienta en un trono sagrado. Por todo ello excede la exclusividad romanista y la pasión que transmite, límpida e instintiva, germina dondequiera. Y su profunda e implicada labor solidaria en pos de la comunidad infantil cohesiona todo lo anterior.

En lo relativo al coqueteo con la pelota, Totti es un futbolista testimonio de la evolución de ese deporte. Entró en los juveniles de su único club con 12 años y debutó en el primer equipo con 16, en 1993. Su idolatría hacia Giuseppe Giannini, mediapunta escultor en medio de una fábrica de tornillos en los 80 italianos, no es casual: con él comparte esquemas y paradigmas con los que convive, choca y sobresale. Porque el cimiento virtuoso de la Roma nació durante los últimos coletazos del modelo anatómico del balompié. Aprendió a sortear la dictadura de los preparadores físicos que cribaban a los jugadores por su altura y morfología biométrica antes que por sus condiciones técnicas. La revolución tacticista que se gestó en los 70 y colocó a la Serie A en la cima mundial (con las huestes poderosas que lucieron el Milan de los holandeses, el Inter de los alemanes, el Nápoles de Maradona y la Juventus de Platini) se estiraría hasta la apnea romántica del cambio de siglo. Y el ‘10’ recién retirado debió adecuarse a tales presupuestos, con la técnica depurada y la creatividad como flotadores. Su irreverencia en la finta, la clase que emanaba cada improvisación, lo portentoso de su lectura del juego y lo afilado de su toque (en concreto de su primer toque, ora para distribuir, ora para golear) taparon la boca a los que le exigían la preponderancia del sudor. De hecho, con el ortodoxo de la vieja escuela Capello ganó su único Scudetto (2001). Ya en el rol de gobernador.

En vivo, la genialidad atraviesa la ideología y la diluye. Así, cuando su nivel tomó altura al galope de la permisividad de los entrenadores y la asunción de la predisposición ofensiva como una herramienta valiosa y no como una argucia escapista, su esencia le llevó a salir ovacionado del Bernabéu perdiendo (en 2004) y ganando (en 2008). En plenitud, Totti pastoreaba el tempo de cualquier envite y ante cualquier oponente. Incluso caminando. Como lo haría Pirlo (otro superviviente de la era de reclusión de la inventiva, como Roberto Baggio, Roberto Mancini o Alessandro Del Piero) cuando fue retrasado de la mediapunta al mediocentro organizador. Y casi siempre compitió en inferioridad de condiciones, pues el presupuesto de la Roma jamás se ha correspondido con su hiperbólica autoestima (sólo dispone de tres títulos ligueros y se concibe como un grande), pero ello no le desvió de su camino. Nunca se movería de allí. Florentino Pérez bien lo supo en 2004, cuando trató de cautivarle con la siembra del terreno pomposo sobre el que acumular Balones de Oro. Su fe, anacrónica para cualquier directivo, sólo le permitió la tibia duda. La decisión de permanencia granítica siempre estuvo presente, fruto y nutriente de esa relación de consanguineidad para con la ciudad deportiva de Trigoria y su paisanaje. Con ello, sus vitrinas únicamente lucirían la mencionada Liga, dos entorchados de la Coppa, dos Supercopas domésticas y la Bota de Oro que le arrebató al Van Nistelrooy madridista (en 2007, con 25 goles). Pero, ¿cuánto espacio ocupa en una estantería el amor eterno y recíproco?

"Francesco maravilloso, te deseo un feliz cumpleaños. Y disculpa porque en el 2000 te quité el Balón de Oro. Tú lo merecías, un abrazo". Con este tuit le felicitó el 40 cumpleaños Luis Figo hace meses. Ese chascarrillo, con foto adjunta en compañía de Marco Delvecchio (delantero con el que ganó el Scudetto junto a Batistuta, Cafú, Emerson y demás, y con el que llegó a la final de la Eurocopa del 2000), define la consideración que los profesionales reservan a Totti. Y, aunque sea un absurdo resaltar la unicidad de alguien en tanto en cuanto se antoja obvia, merece la pena regresar a aquel Europeo de Bélgica y Países Bajos, de triunfal salida para la Francia de Zidane. Allí, con toda la presión de los tulipanes (anfitriones) sobre los hombros y aquejado, se supone, por la tensión propia de una tanda de penaltis decisiva, dibujó un lanzamiento a lo Panenka que inmortalizó a Van der Saar como víctima y arrancó, con sedosa factura, un estatus distinguido que le perseguiría siempre.

Y es que este fuoriclasse agigantaba su calidad y trascendencia en los desafíos más elevados. Juventus, Milan, Inter, Nápoles y Lazio han sido acribillados con delicioso carácter impío por este amante de la estética. Voleas de zurda y diestra, sin dejarla caer, que se colaban por la escuadra del palo corto o largo; vaselinas insultantes, por lentas e irrebatibles, que cincelan sonrisas en los rivales seducidos. Un control orientado bastaba para detectar lo distinto de su magnetismo.

Todo ese legado está registrado en hemerotecas y videotecas, con la estadística esputando que se va como goleador más mayor en la Liga de Campeones y segundo máximo anotador de la historia de la liga italiana. Y también está contenido en los anuarios que su retirada estaba pensada para 2016, pero su fulgurante tramo final de curso (con dos goles en cuatro minutos, el 86 y el 89, para la remontada épica ante el Torino o la aportación al viraje urgido del marcador ante el Génova) y su papel de tutelaje en el vestuario terminó por regalar otro año a una mente que arrastra un cuerpo muy mermado por una lumbalgia recurrente, una dolencia en el ligamento cruzado anterior o una fractura de peroné que desplazó los ligamentos del tobillo (y que a punto estuvo de privarle de la justicia poética que constituyó la consecución del Mundial 2006). "Hace un año muchos decían que era un futbolista acabado y que había sido convocado por la selección sólo por mi pasado. Pero las críticas me han traído fortuna ya que he ganado la Copa del Mundo, he sido máximo goleador liguero italiano, conquistado al Copa de Italia, y ahora la Bota de Oro", declaró en 2007. Una década después, su fragancia se ha secado.

Ese caminar erguido, elegante y siempre dispuesto a desbaratar cualquier línea defensiva, con el punzón escondido bajo el frac, como los perfiles de futbolista de su clase y como su lealtad, se extingue. A ver quién sacrifica, en el presente, el éxito y la acumulación por el triunfo. A ver quién presume de ganar partidos caminando con una legitimidad que difumina tal chulería. Totti, ya es leyenda del fútbol.