sábado, 26 de mayo de 2018

A UN PASO DE LA ETERNIDAD

Julio Candela

El Olímpico de Kiev descorchará este sábado el colofón a la edición de la Liga de Campeones que ha terminado por certificar la supremacía total del colorido estilo atacante, después de años de tenaz mandato de la consistencia y la táctica. Real Madrid y Liverpool han sobrevivido a batallas sobresalientes en la fase eliminatoria, evidenciando semejantes huidas goleadoras hacia adelante y capacidad agónica para salir a flote en base a ese arriesgado planteamiento. Sea como fuere, con una senda salpicada de polémicas, los dos ilustres púgiles que se repartirán el cetro continental han dibujado una merecida oda al espectáculo.

La atmósfera despliega un choque de inercias, pero el césped desprende dos libretos casi gemelos. Al primer punto pertenece el oficio del vestuario llamado a hacerse dinástico (ganaría tres Champions seguidas, hito histórico que le uniformaría de dominador del balompié en este lustro) y la ardorosa urgencia por recobrar el sabor de la gloria de un club acostumbrado a ser punzante en el Viejo Continente y matizado en la Premier. En definitiva, este combate ha reclutado a dos consumados especialistas en esta competición, reconocibles tanto en su irregularidad doméstica como en su consistencia competitiva en cruces a ida y vuelta. Y la distribución de estatus presente no les incomoda -los españoles son favoritos, mientras que los ingleses resultan aspirantes en las apuestas-.

Y en torno al segundo prisma, el estrictamente futbolístico, en efecto, está por desatarse el duelo ante el espejo de los dos contendientes. Con un rendimiento defensivo y continuidad en la concentración bajo sospecha, merengues y reds disfrutan de un adn híbrido: el contraataque es su mejor escenario pero se manejan bien en la elaboración en estático o la horizontalidad cuando toca. Bien es cierto que lo que atrae los focos es la posible explosión por la vía de los relámpagos tras robo que ha dejado en la cuneta a Manchester City, Bayern, Roma, Juventus y Oporto, mas la aplicación de ráfagas ambiciosas de presión también figura en los guiones.

El desglose de la trama susurra que a los de Zinedine Zidane les convendrá conducir a los isleños hacia un tempo más templado. La posesión, atención después de perder el cuero, convicción en la idea jerárquica y la precisión en el pase constituirán, entonces, ingredientes básicos. Pero -aquí yace la riqueza en las variantes que ha llevado al Bernabéu tres de las últimas cuatro Ligas de Campeones en disputa-, esa situación pausada y controlada también arribaría si ceden metros y, con ello, relegan al tridente fulgurante ajeno a detectar cavidades entre líneas y bajo una reducción de espacios -paisaje más incómodo-. El técnico galo "se comerá el marrón" de calibrar en qué momentos gritar iniciativa y cuándo rehuirla.

Jürgen Klopp, por su parte, sería feliz si sus pupilos desbaratan el ritmo y empujan a la delegación madrileña a un cuerpeo de índole física. De ida y vuelta. En ese compás han tocado las melodías irrebatibles que noquearon a Pep Guardiola, para sorpresa de propios y extraños. Y sobre esas pautas aceleradas llevan al límite a cualquiera. Ojo, no sólo regala veneno este Liverpool saliendo desde la cueva como rayos, sino que es su estudiada red de presión la que les ha conllevado un buen número de recuperaciones adelantadas que, entre otras consecuencias, acomplejan al más pintado que pretenda sacar la redonda jugada desde su portero. Al fin, un colectivo ha superado en verticalidad y pegada al Madrid.

La entraña del ajedrez final subraya que aquel que sepa neutralizar mejor a su némesis vencerá. Saldrá victorioso, aunque a lo largo del minutaje los colosos se aboquen al frenesí. Porque en múltiples contextos un solo pase de Henderson, Milner, Modric o Kroos ha bastado para que Ronaldo, Mané, Firmino y Salah destrocen en un cuarto de hora al oponente. No obstante, los ingleses presumen de ser el bloque más goleador (40 dianas, por las 30 firmadas por los vigentes campeones). Y en sus filas están los jugadores ofensivos más productivos: Salah (10 goles), Firmino (10 tantos) y Mané (9 dianas) son los que persiguen el pichichi de Ronaldo (15 goles) y Milner y el delantero brasileño son los que más asistencias han dado de todos los equipos participantes (9 y 7 pases de gol, respectivamente).


Ese monto estadístico pone de relieve la obligación de guardar el equilibrio para un escuadrón madridista que no ha contemplado ese parámetro como una prioridad en este curso. Por eso, es pronosticable un viraje prudente hacia el 4-4-2 de Zidane, con Casemiro como ancla y Modric y Kroos esforzados en las coberturas exteriores. La inclusión de Bale (o Lucas Vázquez) iría en esta línea, con el fin de tapar la amenaza exterior roja y ayudar a Marcelo o a Carvajal (ante las felchas Salah y Manè). Isco, Asensio o Benzema, por el contrario, simbolizarían una apuesta más querente de protagonismo. Estas son las incógnitas que describirán cuál es la idea del galo para superar este resbaladizo escollo y elevar el estándar de excelencia en Concha Espina.

Ha querido el preparador guardarse la carta, como no puede ser de otro modo. Que Klopp deshiciera su 4-3-3 representaría un cataclismo, pero que Zizou eligiera incluso a Kovacic y un dibujo calcado, aceptando el desafío goleador, no sería interpretable como un movimiento extraño. Porque el otrora mediapunta exquisito ya ha tocado esa partitura riesgosa ante otros aristócratas durante su gobierno. 
Y es que cuenta con un ramillete más florido de peones en el banquillo si hubiera que trazar un volantazo para congelar o incendiar las revoluciones. La profundidad de nombres disponibles, y su morfología poliédrica, es el antídoto a la pujanza anatómica que enfrentará.

Las muescas en el currículo de Marcelo, Carvajal, Varane, Sergio Ramos y Keylor Navas fiscalizarán la preeminencia de la experiencia sobre la rebeldía de los jóvenes carrileros Alexander-Arnold y Robertson, de los zagueros Lovren y Van Dijk, y del meta Karius. Ninguno de estos últimos ha respirado la presión de una altura parecida. Y de estas dos líneas defensivas -desdobladas en atacantes por sus extremos y el balón parado- pende un par de dianas. Klopp ya ha señalado a la espalda del zurdo brasileño como el objetivo explítico a sangrar, pero su zaga le proporcionó un poderoso susto ante una Roma no especialmente frondosa en cuanto a puntería (la vuelta de semis les vió caer por 4-2 y acariciar la debacle).

Por último, se desenmarañará el verdadero estado de cocción de piezas como Emre Can, James Milner, Dani Carvajal e Isco, todos ellos recuperados para la causa a última hora; Salah dirimirá su escaño en el podio del Balón de Oro frentre a la voracidad de un Ronaldo que tiene a tiro su récord de goles en una edición de la Copa de Europa (está a dos dianas de los 17 anotados en 2014); y Klopp derramará sudor para eludir la sombra de entrenador perdedor de finales que le acucia (con la trascendental baja de Oxlade-Chamberlain) al tiempo que Zidane deberá negar los fantasmas de indolencia que han limitado su gestión en esta temporada para redondear su candidatura a que le esculpan una figura de mármol en Chamartín.

"Los jugadores del Real Madrid son de hielo". De esta sintética manera definió el preparador germano cómo ha sido posible que su contrincante haya pasado ronda tras ronda con el corazón en un puño. Y Zidane, que sorprendería si alinea a la BBC de inicio (no ha compartido ni un minuto en esta Champions), ha establecido el diagnóstico más aproximado a lo esperable: "El fútbol, para mí, es sencillo. Hay dos equipos y tienes que entender lo que te puede hacer daño, controlarlo y luego, cuando tienes el balón, intentar con tu filosofa de juego hacer daño. Hemos tenido momentos difíciles y en la final vamos a tener más. Intentaremos que sean mínimos, sufriendo sin balón y atacando, pero seguro que vamos a sufrir".