De
nuevo se vuelve a hablar de la flor de Zidane tras la clasificación para la
tercera final consecutiva del Madrid en Liga de Campeones bajo la batuta del
astro francés, que más allá del azar, al menos algo estará haciendo bien
Antonio Blanca
Las
malas hierbas crecen haya donde pueden. La orquídea perfumada de la noche solo
crece los martes y los miércoles. A las 20:45. A la luz del foco europeo. Al
resguardo de un equipo que sabe abonarla con delicadeza. Nitrato el que se ha
sacado para aplazar el día de la flor al sábado. Tres años seguidos teniendo
que viajar en sábado. Viaje a su lugar idílico. A un lugar que unos llaman
utopía y que del que ellos han hecho costumbre.
El
Real Madrid jugará su tercera final de Copa de Europa en tres años, ante otro
clásico del viejo continente, el Liverpool de Klopp. Otra vez otra final. Otro
gigante que cae por el camino. La flor que decían en los sorteos. Que eran
equipos flojos. PSG, campeón en su país. Juventus, titán (también campeón) en
Italia. Bayern Múnich, monopolio germano. Así año tras año. Otro partido épico,
otra noche perfumada por aromas de grandeza. Otra noche vestida de blanco.
Empezó
convulsa. Ramos sacó su lado más mainstream
y decidió despejar de espuela en vez de sacarla fácil. Primero la A y luego la
B, Sergio. Otra vez Kimmich abrió la lata. Un deja vú que se solucionó pronto. Escasos minutos después, Benzema
puso las tablas para dejar claro que aquello era solo un error.
La
eliminatoria la ha definido el acierto. El sustrato que nutre al gol. El Bayern
ha echado mucha tierra pero se ha olvidado de regarla. Zidane ha sabido combinar
el humus con la perlita. La flor no es otra que el éxito de un equipo épico
camino de la leyenda.
La
heroica, no obstante, la pusieron Modric, Benzema y Keylor. El croata sentó cátedra con un partido
magistral. Enésima lección de un futbolista digno de pasar al olimpo merengue. Los
goles de Benzema esta vez fueron el agua de mayo de un manantial árido y sin
vida el resto de la temporada. En la portería, uno que no hace ruido. Uno que
para y no polemiza. Un tico que salió de Albacete y va camino de su tercera
Champions League. Pura y larga vida para él.
24
segundos tardó Benzema en hacer el segundo tras pasar por vestuarios. Con ayuda
de los alemanes, que se olvidaron de que había pitado el árbitro. Una venganza
a escala de aquel gol de Makaay. 11 años ha del KO más rápido de la historia de
la competición. El gato se demoró 12 segundos más para poner el 2-1.
Lejos
de amedrentarse, los bávaros sacaron fuerzas de flaqueza. Tiraron con todo. Un
Madrid endeble en defensa paró varios corazones en la grada y otros tantos que
no sabían si agarrarse a la cerveza en el sofá o salir a fumar neurasténicos. Chapeau la actitud del cuadro de Heynckes.
A decir verdad, fueron mejores en el cómputo global.
Pero
goles son amores. Y a las flores dele usted amor. A esa orquídea perfumada de
la noche prematura que solo necesita unas gotas de lujuria. De pasión futbolera
y exacerbado éxtasis. Desde la disidencia, James empató el partido y dejó a los
suyos a tiro de piedra.
Otra
vez Keylor salvó a sus compañeros, a su entrenador y a ese señor que,
tumefacto, no sabía si mirar a la televisión o poner la radio. Noche, por
cierto, muy radiofónica. Noche de Champions.
Tres palabras que debería incorporar el Madrid a su escudo. Tres finales
seguidas tres. Doce títulos y uno que espera en Kiev. Plaza fría. Habrá de
darle calor Zidane a esa dulce y linda flor.