Última
jornada de la Liga 2017/2018 en la que con todo decidido sirvió para despedir a
Andrés Iniesta y Fernando Torres del Barcelona y el Atlético de Madrid
respectivamente
Antonio Blanca
La
Liga 2017-18, que este domingo ha despedido a Andrés Iniesta, el genio español
que ha sido uno de los artífices identitarios de la cosecha legendaria del
Barcelona y de la selección española en el presente siglo, ha entregado la
razón a Ernesto Valverde. El que fuera entrenador del Athletic aterrizó en el
Camp Nou con dos imprevistos nocivos: la venta de Neymar al PSG y la goleada
encajada en la Supercopa de España ante el Real Madrid. Pues bien, el
preparador no entró en pánico y ante la tesitura de complicada respuesta en el
mercado de fichajes ideó una vuelta de tuerca al estilo azulgrana que le depararía
críticas y la reconquista del título liguero.
Ante
la ausencia de desborde -la incorporación de Dembelè quedó en suspenso con la
grave lesión que le sacó de circulación-, el Txingurri deshizo el tridente y
pasó a conformar un 4-4-2 que inmediatamente cimentó un equilibrio mayor en
fase defensiva. Entre sus logros resplandece la recuperación paa la causa de
las mejores versiones de Rakitic -interior llegador o suplente de Busquets- y
de Jordi Alba -puñal y herramienta de desatasco desde el carril izquierdo-.
Sobre ellos, y en torno a las actuaciones hiperbólicas de Lionel Messi (Bota de
Oro con 34 goles y máximo asistente con 12 pases de gol) y de Ter Stegen. Estos
dos nombres resolvieron un buen puñado de puntos en el nuevo discurrir más
industrial del Barça.
Con
Paulinho jugando más minutos que Denis Suárez -declaración de intenciones-, el
líder se destacó con rapidez en el dibujo de un recorrido que casi les conlleva
el curso perfecto -sólo una derrota ha padecido, la sufrida ante el Levante en
la penúltima jornada-. La regularidad del bloque más consistente que brillante,
más rocoso que colorido, fue, simplemente irrebatible. En la tercera jornada
escaló a la cima clasificatoria y ya no la abandonaría. Su tarjeta estadística
es elocuente: 93 puntos, 99 goles anotados, 15 dianas concedidas menos que el
eterno rival, la portería dejada a cero en 18 partidos y la plusmarca de
partidos ligueros consecutivos sin perder.
En
su viaje trabajoso -aliñado por la implicación de todos y el hambre de los
nuevos, como Coutinho- conquistaron templos como el Bernabéu, San Mamés,
Anoeta, el Benito Villamarín o el Estadio de la Cerámica y arrancaron tablas
valiosas en el Wanda, en Balaídos, en Mestalla y en el Pizjuán. El récord de
duelos ganados por más de dos goles (sólo 9 veces se dio ese margen y en 24
partidos dos o menos dianas) desnuda el triunfo de la preponderancia de la
táctica y el sudor sobre cualquier otro parámetro. El uso del contragolpe y del
balón parado, sin complejos, se uniformó como cimiento de la inercia. Su
jerarquía y competitividad dejaron en la estacada a sus perseguidores y les
proporcionó su trofeo liguero número 25 con cuatro jornadas por jugarse.
Este
contexto de superioridad sin enmiendas aconteció, en parte, por la endeblez
mental del Real Madrid. Los merengues, que partían como defensores del título,
se estrellaron con rapidez al convertir sus duelos en Chamartín en suplicios.
La sanción y posterior baja forma de Ronaldo (acabó con 25 goles), la sequía de
Benzema (10 asistencias) y los descuidos en el repliegue y los apagones en la
concentración les costó a los madridistas una sangría de puntos irreversible.
En la jornada quinta viajaban en la octava plaza y jamás subiría del tercer
escaño. El rendimiento racheado se volvió rutina y su descalabro fue prematuro.
Con celeridad se vieron a más de 20 puntos del puntero y en 2018 se enfocarían
en la Champions League, amontonando sonrojos caseros (tres derrotas y cuatro
empates).
La
indolencia sistemática de la plantilla que venía de festejar un doblete (Liga y
Copa de Europa) fue amortizada por el Atlético y casi por el Valencia. Los
colchoneros zanjaron el calendario en el subcampeonato, con el Zamora para
Oblak (20 goles encajados, cifra de rango continental) y la sensación de haber
regalado un par de meses en el arranque de la carrera. Griezmann (19 goles)
tardó en entrar en temperatura y con él todo el sistema de ayudas. Pero
aguantaron la presión con solvencia (y Diego Costa) desde la jornada 15. Con el
físico repuntando desde enero, sus vecinos no les pasarían en la despedida de
Fernando Torres.
Los
levantinos, por otro lado, acabaron cerrando la frontera de la Liga de
Campeones en un ejercicio en el que fueron de más a menos. No obstante, los de
Marcelino reclamaron y defendieron el estatus de principal perseguidor de los
azulgrana hasta la fecha 15. Con Guedes (9 asistencias) y Rodrigo como puntas
de lanza, el dibujo gobernado por Parejo y Kondogbia ganó la partida a
Villarreal y Sevilla a pesar de haber perdido pie en la lucha con los tres
colosos. Mestalla concluyó satisfecha por el gris gen guerrero que evidenciaron
sus jugadores a lo largo y ancho del torneo. El regreso a la Champions se subrayó
como más que merecido.
Por
detrás se descerrajó una batalla prolongada y asfixiante por apropiarse de los
escaños quinto, sexto y séptimo. En ella entraron y salieron clubes que en
principio no estaban llamados a rodar tan fuerte. Este fue el caso del Getafe
-quedó a tres puntos de ese pomposo objetivo-, el Girona -impulsado por un
Stuani más venenoso que nunca- o el Eibar -que pasó de estar con al agua al
cuello a atisbar el cielo a través de un acueducto de intensidad y convicción-.
Todos ellos no llegarían a la orilla, aunque paladearon el sueño alejado de los
pronósticos durante muchas semanas.
Precisamente
la entidad que acabó navegando hacia el puerto correcto fue un Betis que voló
por debajo del radar hasta que en la trigésima jornada apareció en la sexta
posición. Setién firmó su opera magna al convencer a su desenfadado y talentoso
vestuario de la posibilidad de asaltar lo insospechado desde un libreto
divertido de jugar y de ver. En la retina de los verdiblancos queda, amén de la
sexta plaza, el 3-5 asestado al Pizjuán. Aquella noche se atestiguó el valor de
la continuidad y lo erosivo de la urgencia. Porque los hispalenses, que
tuvieron al pilar N`Zonzi apartado durante meses, estuvieron dirigidos por tres
técnicos (Berizzo, Montella y Caparrós) para acabar arañando el acceso a la
Europa League. In extremis.
El
Villarreal de Calleja (sustituto de Escrivá tras la goleada padecida en Getafe,
en septiembre), disparado por la dupla Trigueros-Rodri, fue el colectivo más
regular en esos peldaños, ya que desde la jornada novena no se bajarían del
tren europeo. A pesar de haber vendido en el mercado invernal a Bakambú, su
máximo goleador, a China. El Submarino lució la vehemencia en sus aptitudes de
la que adolecieron Real Sociedad, Athletic y Celta, tres conjuntos llamados a
acabar más arriba. Los Txuri-Urdin no despertaron a tiempo (en la jornada 3
eran primeros y en la decimonovena transitaban el escaño decimoquinto) y
despidieron a Eusebio; los leones no elevaron a la categoría de fortín a San
Mamés y la gestión de Ziganda cultivó las dudas suficientes para que su mandato
caducara en un año (son decimosextos); y los de Balaídos sufrieron una fuga de
fuelle que les apeó de cualquier aspiración. Eso sí, Iago Aspas (mejor goleador
español con 20 tantos) gritó un billete para el Mundial ruso. Unzué tampoco
seguirá.
En
tierra de nadie yacen, desde hace meses, un ramillete de equipos que o se
desinflaron tras un comienzo prometedor o salieron de la quema y les bastó. A
la primera dinámica obedecen Espanyol y Leganés, mientras que la segunda es
jurisdiccón del Alavès. Los pericos llegaron a ser décimos antes del ecuador
del campeonato, pero ni la explosión de Gerard Moreno salvó a Quique Flores. El
técnico fue destituido ante la flagrande voluntad de dejarse ir de sus
jugadores, toda vez que aseguraron al salvación. Lo mismo aconteció en el
sistema pepinero, que pasó de la esperanza continental -fueron quintos en la
novena fecha- al desierto en ocho jornadas (cobrándose a Garitano). Y los
vitorianos tuvieron que recurrir a Abelardo (tras pasar por Zubeldia y De
Biasi) para creer que era posible seguir en Primera. El asturiano les sacó del
farolillo rojo (jornada 13) para finalizar en una lucida decimocuarta posición.
Por
último, la guerra de guerrillas por la permanencia perduró en el tiempo pero
desembocó en un ajedrez entre tres equipos. El Málaga, que aguantó a Míchel
hasta quemarle, sólo estuvo fuera del descenso en las tres primeras jornadas
(fue colista desde la vigésima), un bagaje del todo inesperado para el jeque
Al-Thani. Con los malagueños desahuciados, Las Palmas, Deportivo y Levante
jugaron a la ruleta rusa. Sólo un respingo postrero de los granotas
(coincidente con la llegada de Paco López en sustitución de Muñiz, concatenaron
victorias para acabar decimoquintos) aclaró el escenario. Los canarios (que
tuvieron a Márquez, Ayestarán y Jémez, y vendieron Viera, su mejor jugador, en
invierno) sólo ganaron cinco partidos en 9 meses, uno menos que los coruñeses. Los
deportivistas fueron los últimos en bajar. Los cambios de preparadores (Pepe
Mel, Cristóbal y Seedorf) no eludieron una debacle anunciada por la falta de
fortaleza psicológica, el mal que aquejó a los tres candidatos al ascenso a
partir del próximo agosto.